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C__Users_usuario_Documents_Dibujo1 Model (1) HOLGAZANEAMOS

Holgazaneamos. Holgazaneamos todo el día.

Nuestras pequeñas vacaciones del mundo real. De un mundo real que ya huele a rancio, que no puede ocultar bajo tanto maquillaje su hedor. No puede ocultar que las arrugas ya son profundas, son depresiones imposibles de obviar, como el olor a descomposición que emana de los cadáveres que son sus cimientos.

Ella en cambio huele a perfume y amor.

Sólo entre sus brazos soy consciente de la verdad, esa que me susurra al oído que ya nada volverá a ser igual. Me susurra al oído, pero desde dentro de mi cabeza. Me dice que ya no vale lo que ayer era bueno. Que donde escribía la palabra satisfacción en el pasado ahora tacho y escribo conformismo, enfadado por los presentes que se me escaparon. Bueno, realmente antes no escribía, es solo una forma de hablar. Esa parte de mí estaba acurrucada sollozando en un hueco bajo la cama, a la espera de que ella la rescatase.

Todo lo que me importa está entre esas cuatro paredes y sólo cuando ella está allí. A su lado me siento como una pequeña ardilla de árbol que sin llegar a hibernar se cobija junto al calor de sus seres más cercanos, a la espera de que tiempos mejores y más cálidos les llamen desde el exterior.

Y así, en el duermevela de calor de sábanas y humano, sin llegar a entrar en ese coma voluntario que practican otros animales, las dos ardillas del árbol nos alimentamos y compartimos el día, limitando nuestras acciones al mínimo necesario estudiado, en busca de la preservación de la energía para el resto de la semana.

Recientemente he leído que el tiempo de «hibernación» de las verdaderas ardillas ha aumentado como consecuencia del cambio climático por la ralentización en el deshielo estacional. En teoría es algo negativo para el medio ambiente y para ellas, pero no sabes cuanto las entiendo.

Que nadie me malinterprete con toda esta metáfora. De esas tardes, de esos días enteros y de esta forma de vida momentánea, han surgido ideas y proyectos tan buenos como el inicio de este blog.

Rematar una semana dura escuchando discos hasta el anochecer mientras unos dedos finos y elegantes recorren mi pelo y mi espalda, sin poner malas caras a mi afinidad por el humor absurdo y la narrativa cruda, es una satisfacción superior, que siempre va a dejar en medalla de plata  a la realización personal a través del trabajo.

Este caso es más que un trabajo, es un hobby, una gimnasia intelectual que me obliga a compartir la escritura, con el ánimo de superar sus magníficas fotos. Es un bebé que engendramos en un tiempo en el que sólo los privilegiados pueden costearse el tener una descendencia.

Así llegamos a través de las partidas de ordenador, de las películas y de las series, a los trabajos compartidos en pijama, mientras nuestros cafés humean junto a los portátiles encendidos. La lectura en tiempo real de mis líneas de texto por su parte y el comprobar como sus proyectos e imágenes evolucionan hacia algo nuevo y mejor cada vez que ojeo su pantalla, son experiencias que desconocía, que ignoraba que pudiesen ser tan enriquecedoras.

No soy la persona más recelosa del universo respecto a mi trabajo. No me encierro en un sótano a escribir historias que jamás permitiré leer a nadie, pero tampoco he disfrutado históricamente con la idea de compartir cada palabra, cada letra con algún crítico cercano.

Ahora me muero de ganas de mostrar cada nueva idea que se me ocurre. Tener un genio creativo como el suyo a mi lado me inspira a buscar nuevas formas de sorprender, de realizar. Por supuesto no vendo mi estilo personal a las caricias y las palmadas en la espalda y he aquí el milagro.

Ella disfruta de mi estilo, de las expresiones que elijo, de cada giro de los textos y me alienta a enriquecerlo y hacerlo más grande. En todo este proceso me ha tocado exponerme de manera definitiva a los pocos perturbados que entiendan este pequeño trozo de internet como un lugar donde poder leer relatos breves y no sólo ojear fotografías, pero recojo el guante gustoso, sabiendo que los pasos que dé serán dados en su compañía.

Poco puedo hacer si algo no le gusta a ella o a los lectores, pero sí puedo actuar en caso de que no me guste a mí mismo la incapacidad que tengo para escribir algunos días. Salir del inmovilismo, del miedo al fracaso o a la mediocridad.

No voy a matar mosquitos a cañonazos ni autorizar el fuego a discreción en una serie de relatos breves carentes de inspiración, realizados a granel para llenar este blog. No soporto el encefalograma plano cuando se comparte la escritura. No pretendo abrir la boca para disipar todas las dudas sobre mi presupuesta estupidez.

En este internet ilimitado, donde las normas de la escasez de recursos que nos obligan a medir cada esfuerzo y cada tecla pulsada no existen, pretendo escapar de la escritura irreflexiva, la que llena las hojas sin preguntarse si al hablar no estamos mas bien estropeando el silencio.

Mientras todo esto pasa por mi cabeza, releyendo lo escrito con el tecleo constante y el sonido de «clicks» de su ratón de fondo, pienso que no es realmente trascendente, que la vida es algo demasiado importante como para tomársela en serio, tal como decía Billy Wilder y que en realidad, no pasa nada si os hago leer alguna que otra frase de relleno, que me es muy útil para cumplir de una vez con el reto de que este texto termine marcando en el contador del Word las mil palabras.

Pero que le voy a hacer; al fin y al cabo, como suelo decir, odio la hipocresía. Ahora debo dejaros, porque un deber mayor me reclama. Los dos estamos de acuerdo en que es buen momento de hacer una pausa del trabajo, una pausa de la vida.

Holgazaneamos, holgazaneamos todo el día.

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